Erix
La región del Pacífico era rico en criaturas marinas y hermosos arrecifes. Todos vivían en relativa paz a excepción de la población de las Sirenas y los Tritones, cuyos dos poblados se encontraban en una disputa civil por el territorio. En los últimos años, la guerra se volvió más cruenta y tramposa, los habitantes del Sur empleaban técnicas prohibidas y hacían alianzas con humanos para salir favorecedores en la disputa. Mientras que los del Norte, su desesperación los convertía en guerreros crueles y sádicos, quienes no se tentaban el corazón al destrozar al enemigo. Ambas facciones habían mermado a su población, por lo que habían caído en una relativa pausa para reabastecer a sus guerreros y otorgarles un descanso. Sin embargo, la tensión de un próximo ataque agitaba las aletas de todos los marinos, a quienes poco a poco la sombra de la paranoia nublaba su juicio.
En el poblado del Norte, existía un Tritón que se resistía a ser domado por la desesperación, aunque eso no mermaba su naturaleza agresiva. Entre las sirenas existían reinados y principados, aunque el supremo gobernante era su Gran Padre Poseidón, cuyas estatuas eran levantadas por todos los rincones del Pacífico para traerles suerte en la guerra. Sin embargo, establecieron aquel sistema para otorgarle un poco de estructura a las regiones, tal y como hicieron los humanos. Sin embargo, algunas Sirenas y Tritones pensaban que todo sería mucho mejor si Poseidón pudiera gobernarlos por completo, siendo sometidos a su voluntad para evitar las disputas políticas. Entre estos, se encontraba Erix, actual “Rey” de las Sirenas del Norte. Para el Tritón, las responsabilidades de un Rey era una completa pérdida de tiempo, todas las sirenas eran más productivas en el campo de batalla desatando su verdadera naturaleza salvaje y agresiva, en lugar de ser dominados y domesticados ante políticas insulsas. Por aquella razón evadía sus responsabilidades reales y se encargaba de dirigir parte de la fuerza militar, para lo que su padre lo había entrenado.
El poderoso Tritón perforaba las aguas como una flecha roja, su enrome y musculosa cola creaba olas a su paso que se estrellaban en la orilla del mar. Su torso y extremidades superiores estaban cubiertos por una fina hilera de escamas traslúcidas que brillaban con colores suaves cuando la luz del sol traspasaba las aguas del mar. Su cabello encendido ondeaba cual fuego, haciendo juego con sus atigrados ojos que se clavaban como águila en los obstáculos que le rodeaban. Nadaba sin cesar hacia la orilla más próxima para investigar su más reciente amenaza; aunque la escasa información le dejaba confundido sobre su punto de inicio. Pensó prudente comenzar por la orilla de un poblado, no tan lejos del mar ya que era poco tiempo el que podía pasar lejos de agua, además de que por ese lugar no era común ver Sirenas ni Tritones.
Rompió la superficie con su cabeza y se asomó para verificar si había algún humano cerca. Las rocas que rodeaban el muelle del poblado le impedía tener una visión completa de la zona, por lo que no se percató de varias presencias que rondaban la orilla del mar. Se volvió a sumergir y se acercó aún más mientras su larga cola se transformaba en dos torneadas y bronceadas piernas. Su magia básica le permitía producir unos pantalones blancos de tela abombados, estilo oriental, para cubrir sus desnudas piernas, la orilla del pantalón estaba recubierta de una textura parecida a las escamas de su cola, deslizándose hacia sus caderas muy cerca del vientre. Su torso lo mantenía desnudo, siendo sus únicos accesorios un brazalete que rodeaba uno de sus bíceps y una argolla en la punta de su oreja.
Sin prestarle mayor interés a sus pantalones mojados que se pegaban a su figura, salió del mar caminando con cierta pesadez debido al cambio. Era bastante alto, incluso para un humano, medía cerca de 1.90 metros con un cuerpo proporcionado, musculoso pero sin llegar a ser robusto, mientras que su piel había adquirido un tono bronceado. Camino desgarbado hacia la orilla, tratando de descifrar en qué poblado se encontraba
Hades
El dios del Inframundo se encontraba tranquilamente retozando en su trono con Cerbero en su forma original durmiendo en sus pies. De vez en cuando sus dedos rozaban el duro y caliente pelaje de la bestia, sintiendo la humeante respiración de éste removiendo los pliegues de su túnica. Usualmente, el Inframundo está bastante agitado con las almas que llegaban todos los días; sin embargo, aquel era un día especialmente agitado, tanto que a Hades le preocupó un poco aquel hecho. Sus ojos vagaban sin rumbo fijo por las lozas de su impecable pero algo lúgubre palacio.
Aquel día su hermano había convocado a una reunión a la que no asistiría. Era una pérdida de tiempo, siempre con encuentros banales y disputas entre chiquillos. Apreciaba a sus sobrinos pero a veces podían ser unos mocosos berrinchudos. Suspirando, alargó la mano y dibujó un círculo frente a él, repasando las líneas varias veces hasta que una imagen apareció.
- ¿Por qué no me extraña que hayas sido el primero en llegar? – comentó con una sonrisa en su rostro mientras observaba a su hermano Poseidón quien usualmente huía de su palacio y de su esposa.